La quietud – Autor: Cristian Arriola

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Este texto corresponde al Taller Virtual de Cuentos Breves “Te cuento, me cuento en tiempos de Coronavirus”

La ruta estaba semivacía. Francisco volvía de sus merecidas vacaciones; esta vez no en la playa o montaña, sino en la selva. Bueno eran selva, río y cascadas. Las había programado hacía ya mucho tiempo, porque quería conocer ese lugar al que en guaraní significa «el que todo lo traga»; pero no sólo eso, también disfrutar del río, de los pájaros que compartimos con nuestros hermanos brasileños y de la selva densa, aun virgen que mantiene y conserva la tierra colorada, la tierra de las misiones jesuíticas guaraníes. He aquí, la actual Misiones. 

Se detuvo a contemplar el atardecer en uno de esos miradores que se encuentran por sobre la Ruta Provincial N°7 que le habían recomendado, porque claro, él viajó por Ruta Nacional 14 hasta poder llegar a los famosos Saltos del Moconá. El sol por esas horas, realmente era un espectáculo único, un color anaranjado como pocas veces se contempla, y más en la selva. Claro que tomó varias fotografías con su celular y hasta unos cuantos videos, para luego mostrarlos en las redes sociales.

– ¡La selva, es una respiración eterna que me llena el alma con sólo mirarla y contemplarla desde aquí arriba! – expresó en voz alta, muy contento Francisco.

Por un momento, se detuvo a observar, además, un sinuoso recorrido: era el cauce del Arroyo Cuña Pirú, arroyo que da nombre al valle y junto a él, varios árboles que mostraban su esplendor con sus características flores rosadas, amarillas y blancas en el denso color verde.

Todo se encontraba en calma, cuando de repente escuchó una bandada de boyeros que anidan en las palmeras cercanas al estacionamiento, motivo por el cual tuvo que cortar la mirada al infinito verde y voltearse. Los pájaros revoloteaban sin cesar como consecuencia del ocaso próximo a celebrarse, o al menos ellos suelen hacer eso cada tarde. Francisco se sentía en una fiesta pocas veces vista. Las aves le enseñaban una vez más la alegría de vivir y, sobre todo, el poder que tiene la naturaleza para llevarnos a un estado de plenitud.

La tarde caía, ya el sol apenas mostraba sus manos despidiéndose y la noche venía detrás de sus espaldas. Además de los boyeros, otras aves como pájaros carpinteros, horneros y bienteveos o más conocidos como pitohués, volvían a sus nidos y las lagartijas de los paredones se escondían en algún que otro hueco.

Subió a la camioneta, ya en viaje, Francisco por un momento pensó, gracias a Dios y la vida haber nacido en esta tierra mágica, llena de encanto, paisajes, caminos y gente muy amable, con la naturaleza que el creador ha derramado en este rincón de la tierra. 

Llegó a Posadas. La ciudad ruidosa como siempre, no quiso quejarse, más bien recordó ese momento de quizás unos 20 minutos, si ponemos números; aunque eterno si lo disfrutamos, que pasó allí en el mirador; pronunciando: Disfrutemos los momentos que nos regala la vida y valorémoslos.

Cristian Arriola
Alumno Avanzado de la Carrera de Contador Público de la FCE/UNaM
Cursa la Carrera LAE FCE/UNaM
Integrante de Proyecto de Investigación FCE/ UNaM . Aficionado a la lectura.

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