La cotidianeidad – Autora: Alice Rambo

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Este texto corresponde al Taller Virtual de Cuentos Breves “Te cuento, me cuento en tiempos de Coronavirus”

A veces, hay momentos en los cuales obligatoriamente debemos parar, por un trámite, una cola, un turno o una caminata. En esos momentos nuestros pensamientos viajan tratando de ordenarse, organizarse o clasificarse. Tuvo que hacer una parada obligatoria en su diario trajinar al esperar su turno en el Banco, se puso a reflexionar sobre algunas situaciones y vinieron a su mente recuerdos de la niñez.

Se podría afirmar que tuvo una infancia rodeada de cariño, afecto y contención, en un núcleo familiar conformado por ambos padres y hermanos, una gran familia con muchos parientes como la gran mayoría de inmigrantes, una crianza en el interior de la provincia de Misiones donde correr por las picadas en la siesta era una práctica común. Hoy mirando sobre el hombro piensa que fue una infancia memorable. En su niñez, había cuestiones que estaban entendidas, aceptadas, normalizadas y todo lo que sucedía dentro de su entorno directamente experiencial las apoyaban, avalaban y validaban. Cuestiones como “si lo digo… lo hago…”, “la palabra es lo que importa”, “debes ser responsable de lo que dices y lo que haces…” y muchas otras frases con las que creció y hacían que todo fuera de alguna manera seguro, mínimamente predecible y mucho más fácil interactuar con los demás, lo que comúnmente se dice “tener códigos”.

Actualmente como una persona adulta la vida le fue plagada de experiencias que le han llevado a recorrer un camino con varios atascos, donde muchas veces esta conducta le valió el éxito, cariño y aprecio de sus pares y superiores, pero verificando por otra parte, que no todo el mundo se manejaba por ese conjunto de “reglas” que había naturalizado. Pero más allá de toda vivencia, siempre se planteó sacar un aprendizaje de cada suceso que le permitan seguir creciendo, pudiendo a veces incluso al manejarse dentro de su conjunto de preceptos pecar de ingenuidad. Pero más allá de querer cambiarse,  ha optado por fortalecerse y en paralelo activar algunas alarmas. Por ejemplo, nunca cuenta el vuelto; pero cuando se trata de cifras importantes ha optado por hacerlo al menos rápidamente, incluso tímidamente.

La memoria se remonta a otra época más reciente en un viaje realizando durante una pasantía de posgrado en España, caminando por el Paseo del Parque cerca de la Playa de Malagueta por las calles de Málaga, un día soleado , luego de una agotadora jornada laboral, recorriendo y mirando esos rostros tan iguales y tan diferentes a los que cotidianamente uno se cruza. En una conversación con un colega, un amigo, quien le dijo sonriente de una manera entre tierna y condescendiente:

-A ti te faltan los callos de la vida…

 A lo que contestó, pensando en el fondo en todas las heridas curadas que no mostramos, en la cantidad de experiencias y personas bellas que uno se cruza en la vida y bueno el costo de tener que interactuar algunas veces con un mundo mas duro.

-Si tenerlos implica que me vuelva una persona menos sensible a lo que sucede en mi entorno y menos humana… no los quiero…

En ese como tantos otros momentos sacó imaginariamente una lima y gastó en silencio aquellas barreras que se formaron en algún momento;  pero claro,  dejando la experiencia del dolor que las causó.

Volviendo repentinamente al momento actual, cuando le llama el tablero automático al indicar su número, luego de haber sacado el turno online, pasar el medidor de temperatura, ponerse el alcohol, sacar un número de atención y esperar su turno, como lo indica el nuevo “protocolo” de atención en tiempos de COVID-19, finalmente pudo pasar a ver al cajero “persona” para decirle que quiere retirar efectivo de su cuenta. Le pregunta:

-Quiere retirar todo el dinero.

Mirándolo a través del vidrio que los separa y sin dudar mucho dice:

-Sí, por favor.

Imprime un papel que debe firmar y cuando se pone a contar le indica:

-No tengo suficiente efectivo, por favor espere afuera y cuando vuelvo de la bóveda le voy a llamar por su apellido.

A lo que responde casi automáticamente:

-No hay problema.

Se retira y toma asiento, pacientemente entre las sillas separadas con un espacio vacío de por medio, respetando el distanciamiento social y donde otras personas se encuentran de igual manera esperando su turno. En otra situación anterior a la pandemia, se pondría a conversar, tal vez con alguna persona cercana en la misma situación de espera, ya que los Bancos son instituciones donde por seguridad esta prohibido el uso de celulares, lo que nos lleva a la cotidiana práctica de conversar con los demás. Pero dado el distanciamiento social obligatorio, pasado unos minutos se vuelve a sumergir en sus pensamiento y medita cuál sería el “protocolo” en una situación así, le firmó el papel, como si hubiera retirado el dinero, ¿qué prueba tenía de que no lo había hecho? Y le invadió la duda, de repente se dio cuenta de que vivir tantos cambios en los últimos tiempos, tantas adaptaciones, le estaban volviendo más susceptible, una persona temerosa de todo lo que le rodeaba.

Al desconfiar de situaciones cotidianas se replantea el esquema mental de lo internamente naturalizado. Nuevamente saca su lima imaginaria y empieza a raspar algunos callos de las últimas semanas. Entender que debe controlar su ansiedad. Es un trabajo lento no lo va a terminar este día, así se encuentra en sus pensamientos, al reflexionar sobre la situación y pensar porque se había vuelto una persona más desconfiada, cuando de repente escucha su apellido, se levanta lentamente, respira relajándose y se acerca al cajero, que le alcanza el efectivo. Cuenta rápidamente el dinero, y le agradece la operación, se desean mutuamente un buen día, con una tímida sonrisa que se refleja en los ojos, ya que la boca está cubierta por el barbijo.

Se retira del Banco, con el viento golpeando su cara trayendo nuevamente su inquieta mente al momento actual, pensando en el paralelismo y diferencias de sus recuerdos caminando hace años por las calles de Málaga y observa la cola de personas que se encuentran aproximadamente a un metro y medio de distancia, unos de otros en las colas de ingreso a los locales, todos con barbijos cubriendo los rostros, esperando su turno.

Pasa caminando a un lado de todas estas personas y piensa, ¿qué estarán naturalizando cada uno de ellos?

Alice Rambo
Ingeniera en Informática. Especialista en Docencia Universitaria.
Docente, Investigadora y Consejera Docente Titular de la Facultad de Ciencias Exactas, Químicas y Naturales de la UNaM .

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